Como ya mencionamos previamente, el principal síntoma de la artrosis es el dolor. Este dolor es persistente y no es proporcional a los cambios estructurales observados en la articulación.
El dolor articular es el resultado de la suma de los cambios anatómicos de la articulación y modificaciones en los nervios encargados de transmitir la información sobre el estado articular.
En las etapas iniciales de la artrosis, el desgaste del cartílago articular junto con la inflamación de la membrana sinovial causan estrechamiento del espacio sinovial. Este último aumenta la fricción entre las epífisis óseas generando calor, dolor y aumento del desgaste del cartílago articular. El desbalance entre el desgaste y la reparación articular deja como resultado una articulación lesionada.
En las etapas más crónicas, el umbral del dolor articular disminuye y las neuronas encargadas de transmitir la información se vuelven más sensibles a estímulos que de otra forma no generarían dolor. Entre estos estímulos se encuentran:
Estos efectos se vuelven más marcados en el tiempo por lo que finalmente el dolor no cesa ni siquiera en estados de reposo.
El diagnóstico precoz de la artrosis es la única solución viable para evitar el rápido progreso hacia una enfermedad degenerativa articular.
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